"Es un maestro" le dije yo a mi madre cuando acabó la primera escena de Antidisturbios. Si esta escena fuera un cortometraje, sería el mejor cortometraje. No deja absolutamente nada que desear. Vierte todo el potencial de uno de los personajes más auténticos de los que he podido disfrutar. Toda Laia Urquijo está en esa escena, en esa partida de Trivial. Laia no va a dejar que se le escape nada.
Lo que consigue Sorogoyen en Antidisturbios es hacer un retrato milimétrico de los entresijos de la actualidad española. Más fiel aún de lo que podría retratar cualquier periodista mediante un reportaje o cualquier policía mediante un informe. La ficción a menudo nos empapa de realidad de manera tan fuerte que ni siquiera nos haría falta escarbar más a fondo en ella. Antidisturbios es real, es desgarradora, reveladora. Tiene todos los ingredientes para ser recordada como uno de los mejores trabajos de Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña. Antidisturbios es también la secuela perfecta para El Reino. Un film mucho más sosegado que contaba una trama Gürtel ficcionada y que nos lograba absorber como siempre lo hace. Ahora, desde Madrid, cuenta cómo un grupo de Antidisturbios involucrados en un desahucio aparentemente fallido se las tienen con los altos cargos de la Policía Nacional.
Incomodidad y profundidad
Antidisturbios no te hace pasar especialmente un buen rato. Hay escenas que suponen casi un mal trago. No sólo escenas. Caras, miradas, expresiones. Y es que Sorogoyen pone la cámara a un dedo de los rostros de sus actores. Nos adentra en sus miradas, sus lágrimas, sus ojos. Oímos de muy cerca sus palabras y vemos todas y cada una de las imperfecciones de los personajes. Son todos muy redondos, muy profundos, muy bajos, muy destrozados, miserables. Son todos víctimas del sistema que les oprime y exprime. Los Antidisturbios, retratados a la perfección por Raúl Arévalo, Alex García, Hovik Keuchkerian, Roberto Álamo, Patrick Criado y Raúl Prieto; son seres amargados, con problemas, oscuros, despreciables. Incluso y aunque algunos no lo creyeran antes de ver la serie, son humanos. Son seres profundos y descargan todas sus frustraciones, sus rabias y sus manías cuando saltan a la calle. Son perros de presa. Los de arriba lo saben, y los utilizan.
El músico Olivier Arson vuelve a colaborar con Sorogoyen para verter aún más tensión al saco. La Banda Sonora es trepidante, te encoge los músculos, te mantiene en constante incertidumbre. Es estridente. Incomoda. Te envuelve con una sensación de vértigo y encaja perfectamente con lo que Sorogoyen busca transmitir. Todo encaja y todo tiene una coherencia.
La sombra de Villarejo
Detalles que funcionan a la perfección como el del excomisario Revilla. Un casi cómico retrato del comisario Villarejo. Viejo, influyente, imponente, con boina y mala leche. Que nos brinda uno de los momentos más scorsesianos de la serie, una mesa redonda donde este capo les explica a todos los antidisturbios lo que han de hacer, decir y pensar en cada momento. No se les puede escapar nada.
A pesar de ser una de las tomas de realidad más descaradas de la serie, se nos presenta, o al menos tiene la apariencia de ser de los detalles más cercanos a la ficción que vemos a lo largo de los seis capítulos. Quizás porque es una escena muy vista.
Laia Urquijo
Si pudiera, y si supiera expresarlo en palabras, posiblemente hiciera un artículo sólo hablando de la maravilla que hace Vicky Luengo interpretando a esta increíble agente de asuntos internos. Laia Urquijo es el método llevado al extremo. Ella, como en la primera escena, juega una partida de trivial donde no se le puede escapar ninguna de las preguntas que responden todos los jugadores. Quizás alguna se le escape, pero para ella ganar lo es todo.
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