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The Lighthouse: Húmeda, fría y negra

Frío, tenue, claustrofóbico. Incluso en alta mar. Así nos presenta el paisaje Robert Eggers en su nueva película, “The Lighthouse”. Un film difícil de clasificar, independientemente del gusto del espectador. Un film diferente y único. Y, según dicen, mucho mejor que su primera obra, “The Witch”.


El Faro es una obra que, lejos de querer pertenecer al género de terror, sumerge al espectador en una negra incomodidad. Desde el primer fotograma -con la llegada de Pattinson y Dafoe al faro- todo está preparado para despertar el malestar del espectador. Eggers reduce la amplitud del plano -haciendo que parezcamos caballos provistos de anteojeras- grabando esta cinta a 35mm, recortando así el ángulo de visión y encerrándonos en un cuadrado en blanco y negro. Por si fuera poco, el compositor Mark Korven, socio de Eggers ya en su anterior obra, armoniza la pieza con su tétrica sarta de cuerdas y vientos metales que nos llevarán desde el grave bramido del faro hasta el más agudo canto de una sirena. El trabajo de producción y rodaje del film, que muchos catalogan de pretencioso por no ser en color y por ser en 35mm, ha recibido ya sustanciales recompensas, como la nominación de la Academia a mejor fotografía para el operador Jarin Blaschke.


En general, no sólo la fotografía se critica por pretenciosa, sino también las alegorías y referencias que se incluyen en el guión y que despiertan las opiniones más perspicaces de algún twittero: “The Lighthouse’ es el sueño de un director de crear una obra que sea catalogada como maestra, pero a mí su simbolismo me da más bien pereza. Es una película entretenida con algunas escenas brillantes, lástima que se pierda en sus aires de grandeza.


A mi parecer, el equilibrio entre el virtuosismo cinematográfico de Eggers y lo pretencioso de la obra es óptimo. Y cuando a eso se le suman dos interpretaciones del nivel de Pattinson y Dafoe, podemos hablar de obra maestra. Aún no lo he dicho pero probablemente la mayoría de la gente esté de acuerdo en que lo mejor de la obra de Eggers sean las dos interpretaciones de los protagonistas. Sin duda es lo que catapulta este film a las pantallas de los cines y a la presencia de este en festivales. Quizás yo también opino que sea lo mejor de la película. Sin embargo prefiero decir que Pattinson y Dafoe son las dos cerezas de un pastel construido por una producción de sonido muy potente y sólida, una banda sonora inquietante y una fotografía deliciosa.


Ephraim Winslow, un joven aprendiz de farero, deberá descubrir los secretos de un viejo carcamal experto en tareas de mantenimiento de una instalación farera. Durante el devenir de la historia se entremezclan realidad e imaginación de una manera tan confusa que, en algún momento avanzado de la película, ciertos diálogos te remiten a Shutter Island, una obra diametralmente opuesta en cuanto a la forma, pero con varias similitudes metafísicas.


Un sabio y experimentado Willem Dafoe lleva su papel a la sublimación y se convierte en un dios griego, un Zeus que castiga a su aprendiz, quien le ha desobedecido desestimando sus enseñanzas y desoyendo sus consejos. Un Robert Pattinson que sufre los más escabrosos castigos de la mitología griega pero que aún así se enfrenta de cara a la luz, dejando atrás definitivamente al joven vampiro que un día encarnó.

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