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Unamuno, Unamuno - Mientras dure la guerra

¿Miguel de Unamuno era un “facha”? ¿Miguel de Unamuno era un “rojo”? Mucho se ha dicho sobre el pensamiento del célebre escritor vasco. Quizás muchas cosas sin fundamento, quizás otras con. El escritor “más citado que leído”, así es cómo alguien le definió después de haber sido citado varias veces en un pleno del Congreso de los Diputados, hace no mucho, irrumpe de nuevo, ahora en las salas de cine.

Karra Elejalde interpretando a Miguel de Unamuno



Miguel de Unamuno nació en Bilbao en el 1864. Escribió novelas, ensayos, poemas y obras de teatro. Fue rector de la Universidad de Salamanca y diputado en las cortes en la Segunda República. Ahora, Alejando Amenábar nos lo trae de vuelta, de la mano de Karra Elejalde, para protagonizar su nuevo film “Mientras dure la guerra”. Una película que toma un enfoque interesante, muy vigente y diferente.

Amenábar y Karra Elejalde



Amenábar nos presenta un Unamuno descontento con la república, enfadado y desencantado. Siendo rector de la Universidad de Salamanca, Unamuno había luchado contra la monarquía alfonsina, había sido condenado a prisión por injurias a la corona, había sido desterrado a Fuerteventura durante la dictadura de Primo de Rivera y estuvo exiliado en Francia. Durante todo aquel tiempo, las convicciones políticas del vasco fueron hacia un sentido. Escribió artículos en prensa plasmando su pensamiento socialista. El 14 de abril del 1931 fue él quien proclamó la República en Salamanca. Incluso llegó a presentarse a las elecciones del 1931 por la Conjunción Republicano-Socialista, saliendo escogido. Pero toda esta ilusión vuelve a tornarse en decepción, cómo la que un día sintió por tener a un rey borbón, cuando la república cae en un espiral de agitación y, así, ve una esperanza en la sublevación. Espera un momento…


Pero toda esta ilusión vuelve a tornarse en decepción

cómo la que un día sintió por tener a un rey borbón

cuando la república cae en un espiral de agitación

y, así, ve una esperanza en la sublevación


El Unamuno de la película se columpia entre el republicanismo y el franquismo, sin dejarse convencer por ninguno. Al principio lo vemos dejarse seducir un poco por el lado de los sublevados, aún así pronto toca con los pies en el suelo gracias a sus amigos. En un diálogo entre Unamuno y Salvador Vila -su discípulo y amigo de izquierdas- Unamuno le dice que cree que muchas de las cosas que se oyen sobre los franquistas son mentira. Vila le responde que no. “¿No oíste los tiros de anoche? ¿Y lo de Lorca en Granada?”, “Eso son bulos de los republicanos” responde Unamuno, a lo que Vila replica “lo ha dicho la BBC” y deja con una cara de estupefacción a su mentor.


Unamuno no estará convencido de la maldad de los sublevados hasta que ésta le toque de bien cerca.


Con el paso del tiempo, desde la perspectiva actual, es imposible no declararse republicano, al menos para un defensor de la democracia y los derechos humanos, pero deduzco que, en aquel momento (1936) no había una concepción tan clara de el paradigma político y de lo que realmente representaban los dos bandos. La idea de Unamuno sobre la República, cómo la de muchos demócratas de la época, se basaba en el caos. Y no era una concepción nada desacertada. Desde su proclamación no había habido un periodo estable de una durabilidad razonable. Las pugnas entre escisiones de la izquierda eran tan comunes cómo el comer pan. No obstante, la fuente principal de inestabilidad para la República era la derecha. Los golpes de estado empezaron más bien temprano, cuando aún la República no estaba asentada del todo, si es que lo estuvo algún día.


“La Sanjurjada”, fue el primero. Encabezada por el general Sanjurjo, una rama rebelde del ejército republicano se alzó contra la reforma del ejército que había propuesto el primer gobierno de Manuel Azaña. La fundación de la Guardia de Asalto, un nuevo cuerpo policial al servicio de la República, con la consiguiente pérdida de competencias, no cayó muy bien sobre los militares. La Sanjurjada fue la primera vía de escape de esas frustraciones que los militares más extremistas y desafines al nuevo estado albergaban en sus adentros.


Tardaría en llegar el golpe de estado definitivo, pero no la inestabilidad, lo que sería ya un constante. Las derechas entraron en el gobierno en el año 1933 después de la “Sublevación de Casas Viejas”, una revuelta liderada por campesinos anarquistas que demandaban los bienes que se les prometió en la mal gestionada reforma agraria. El gobierno de Azaña, que no supo gestionar esta, una de las reformas más ambiciosas de su mandato, tampoco supo disolver adecuadamente las protestas y tuvo que dimitir. Calcinados quedaron los campesinos que se manifestaron, como calcinadas quedaron las reformas de un gobierno adelantado a su época que quiso catapultarnos al futuro cuando el país aún no estaba preparado.


La puerta del gobierno se les abría a las derechas y con ellas acabó “el sueño republicano”, si es que quedaba algún soñador entonces. La CEDA de Gil Robles -posterior franquista empedernido- y el Partido Republicano Radical de Lerroux -una especie de centroderecha reaccionaria nacida en Catalunya y, paradójicamente, anti-catalanista; no comparable a nada de la actualidad- formaron coalición para gobernar y levantaron, otra vez, la reacción de la izquierda. Los hechos de octubre del 34 son un claro ejemplo. En Asturias y Catalunya se alzaron en contra de la deriva totalitaria del gobierno republicano. Fue entonces cuando la derecha soltó toda la rabia que había estado acumulando durante los dos años de intento de progreso. Ahora eran ellos quienes tenían la sartén por el mango y, con la fuerza militar, liquidaron a más de 1000 sindicalistas asturianos y encarcelaron al gobierno de la Generalitat.


Cómo estamos viendo, la agitación social y política no cesa, la república no es el idilio que a menudo nos quiere vender la izquierda. Ni tampoco es el caos bolchevique que nos quiere vender la derecha, más que nada porque nunca fue bolchevique. Hubo un tiempo en el que la República fue de ellos. Fue de los sublevados, de los del “bando nacional”. Era el mismo villano con distinto ropaje.


Al inicio de la cinta vemos a un Miguel de Unamuno muy descontento con la República, incluso vemos como no le hace feos al alzamiento militar del 18 de julio del 1936. Ese golpe prometía un cambio de paradigma político. Prometía acabar con el caos. Cualquier persona con dos dedos de frente hubiera querido el final de ese caos. ¿Pero a que precio? El precio fue la muerte de la democracia y el nacimiento de una dictadura militar. Esto lo sabemos ahora, vale. ¿Pero quién iba a saber en aquel momento que aquel alzamiento no era otro capítulo del infinito culebrón de violencia política y social que se vivía cada día en España? Nadie. Ahora lo vemos todo muy fácil y es muy fácil decir: “Yo soy republicano”, “yo hubiera sido republicano” o, si eres analfabeto, “yo uviera sido de los franquistas”. ¿Pero en aquel entonces? Era imposible saberlo.

Miguel de Unamuno y Millán Astray



Miguel de Unamuno (Karra Elejalde) se halla en esta problemática. A sabiendas de su gran influencia y prestigio, los sublevados lo miman, le dan lo que quiere. Justo después del golpe del 18 de julio Unamuno da una entrevista en la cual critica duramente al gobierno de Azaña. Éste lo destituye de su cargo de rector de la Universidad de Salamanca. La ciudad Salamantina ahora se encuentra bajo el mando de los sublevados, quienes le nombran, de nuevo, rector. De manera racional, él empatiza con los franquistas quienes le han devuelto su puesto de trabajo. Una de las escenas más interesantes de la cinta es la reunión de los altos mandos del ejército en Salamanca. A la reunión se invita a Unamuno, éste asiste. El general Millán Astray -interpretado por un sobresaliente Eduard Fernández, quién hace una exhibición durante todo el largometraje- lo amenaza recordándole su pasado marxista. Le dice algo así como: “Recuerdo haber leído alguna cosa tuya dónde hablabas sobre la lucha de clases y el fervor de la clase obrera, ¿me equivoco?”. La declaración de intenciones está clara. “Te tenemos, y te tenemos cogido por los huevos. Vas a ser nuestro, te necesitamos porque das prestigio a la causa y cómo te escapes, verás”.

Eduard Fernández interpretando a Millán Astray



Unamuno desprecia la República -almenos a la del año 36- y a sus instituciones, por tanto, simpatiza con el enemigo. Pero, por otro lado, cuando conoce al enemigo lo teme y lo repudia sin dejar de despreciar a la república.


Complejo, ¿verdad? No gusta la complejidad. No suele gustar. Nos gusta etiquetar. Nos gusta clasificar. Es natural. Nos gusta decir: Unamuno franquista o Unamuno rojo. Se nos hace más cómodo para el cerebro. O blanco o negro. Pero resulta que no. Unamuno era incómodo. Difícil de catalogar. Se vio envuelto por los tentáculos del régimen (aún no franquista) tan solo compartiendo con él su descontento con la república. Sin ni siquiera conocer el franquismo.


Algún historiador, quizás con un criterio más acertado que el mío, puede pensar que lo que estoy diciendo es una barbaridad. Puede que lo sea. Aún así, creo que el film nos quiere transmitir esta idea.


Inestabilidad, inestabilidad, inestabilidad. Y la “estabilidad” no llegaría hasta bien asentado el franquismo. ¿El franquismo trajo estabilidad? Obviamente. Los comunistas, anarquistas, socialistas, nacionalistas catalanes y vascos ya no podían quejarse ni influir. Muchos se habían ido con la guerra. Ya lo dice Franco (Santi Prego) en la película: “Si queremos limpiar esto, la guerra tiene que durar años”. Quizás Franco pudo haber tomado Madrid mucho antes, pero el final de la guerra civil no interesaba. Había que alargarla. La superioridad militar de los sublevados era agasajadora. Hubiera sido absurdo subir al poder tan pronto en aquella situación. Aún quedaban muchos movimientos sociales vivos, en plena efervescencia. Había que acabar con ellos primero, aunque costara tiempo y vidas. Y así lo hicieron. Sindicalistas, comunistas, anarquistas y socialistas, muchos enterrados en cunetas o en fosas comunes y otros exiliados, jamás volverían a revelarse contra el orden establecido. Los sublevados vencieron. Pero nunca, nunca convencieron.

Franco, interpretado por Santi Prego



Vencer, convencer. Este film no nos quiere convencer de nada, no quiere mandarnos ningún mensaje político. Ni de unidad, ni de separación. No. Simplemente pretende entender. Entender y hacernos entender. No está de parte ni de los unos, ni de los otros. Simplemente cuenta lo que pasó. Se centra en el contexto y hace justicia a un personaje al que quizás se le ha maltratado y mal juzgado durante nuestra historia.

Miguel de Unamuno saliendo de la universidad de Salamanca en 1936, ocupada por franquistas



Afortunadamente para él, Miguel de Unamuno nunca conoció lo que fue verdaderamente el franquismo. Murió de un infarto a la edad de 72 años en diciembre del 1936. Muchos se seguirían preguntando qué es lo que fue realmente Miguel de Unamuno. ¿Fue un aliado franquista? ¿Fue un comunista encubierto? Algunos seguirían etiquetándolo mucho tiempo de algo que nunca fue: ¡Unamuno, facha! ¡Unamuno, rojo! Pero no. Unamuno, cómo he dicho antes, nunca fue fácilmente etiquetable. Nunca fue ni blanco ni negro. Fue un gris. Un gris difícil, difícil de entender por una sociedad extremadamente polarizada, más o menos parecida a la nuestra. Fue un gris incómodo. Incómodo para unos e incómodo para otros.


Ni Unamuno facha, ni Unamuno rojo. Unamuno, Unamuno.

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